domingo, 6 de diciembre de 2009

No hace mucho

No hace mucho en un lugar un tanto desconocido para las trotamundos y muy aislado para los soñadores; lejos de todos y cerca de pocos, se hallaba un sujeto sin gracia, que andaba con un par de centavos en los bolsillos y sumamente desgreñado, de esos que hay por montones en la ciudad gris. Paseaba desde muy temprano fuera de un palacio de la zona (me refiero a una humilde casa de 2 pisos), donde pasaba inexplicables momentos admirando la edificación y sin pronunciar palabra alguna. Bajo ese falso palacio y justo debajo de los pies del pobre sujeto se encontraba la llave de dicha casa, que andaba por cierto, unos 5 años sin abrirse. Lo que pasaba dentro de él es un misterio, pocos saben del origen del sujeto y mucho menos del origen de la llave.

El sujeto solía hacer un hoyo cada vez más profundo con sus manos o lo que encuentre en el camino y hundía con furia la llave del palacio. Su pequeño tesoro, su pequeño secreto. Muchos adinerados que solían visitar eses zonas vestidos de payasos, para llevar un poco de “solidaridad”, solían mirar al sujeto con desprecio y le arrojaban unos cuantos centavos, de esos que suelen dar en las cajas de los supermercados, ya llevaba 23 monedas plateadas y 15 de las doradas, que, sin explicación guardaba en su mochila guinda que llevaba desde que llegó al pueblo.

En su estómago solo las tripas le sonaban y de comida no sabía mucho, su última cena fue una ensalada de rosas marchitas y un vaso de lluvia que venía juntando por estos días fríos en la ciudad gris. A pesar que el calentamiento global destruía paulatinamente el planeta, la ciudad gris se había degradado ya hace mucho, y no florecía más que espinas por redor. Las minas aledañas a la ciudad gris habían terminado por desaparecer lo que algún día fue una ciudad con color, transformó las risas de los niños en trabajadores prematuros, en pulmones contaminados, en sangre derramada.

El sujeto no sabía hablar, la falta de costumbre hizo que se olvidara de pronunciar palabra alguna, sus última palabra fue: Amen, antes que una barra de metal lo dejará inconsciente, sus dedos están llenos de tierra. Diariamente la tierra se compenetra con él, con su piel, con su identidad; pero eso no le preocupa, por el contrario eso lo hacía feliz, lo hace… como decirlo más feliz que las 38 monedas que guarda con anhelo, pues las recuerda, recuerda haber tenido muchas monedas en sus manos y la vez muchas manos sobre las monedas… también recuerda que solía vestir bien y que no enterraba objetos con las manos o que no tenía tantas heridas en el cuerpo. Pero lo que más recuerda es la ciudad de colores de la que se enamoró, con sus “palacios” y avenidas; con sus canales y sus balcones; con sus niños juguetones y sobre todo con la chica de sus sueños.

La orilla de los relaves ahora era su hogar, solía vivir solo y sumamente intoxicado, más o menos como vivía antes de ser lo que es hoy. De noche suele tocar un pequeño cajón que él mismo fabricó y que suele darle esperanzas de vida, de salvación.

Los niños salen de la mina sumamente intoxicados a buscar a este sujeto y empiezan a rodearlo para bailar al ritmo del cajón, que sin sentido es golpeado, pero en ese momento vuelven a ser niños y así no haya ninguna estrella y todo esté sumamente oscuro , la ciudad gris adquiere un poco de color. Rendidos por el cansancio terminan tendidos sobre el suelo, acurrucados por el seco viento, mientras el sujeto desliza un par de lágrimas al compás de su pequeño cajón que sigue siendo tocado sin sentido, sin un son.

No hay comentarios:

Publicar un comentario