jueves, 10 de septiembre de 2009

Dándole la mano a la muerte

Miles de caras buscando una explicación, el llanto mezclado con la desesperación irrumpe la sala y a lo lejos suena una sirena anunciando el descenso de un guerrero. Con miles de moretones en los brazos y agujas de dolor se despide el guerrero que luchó por no morir… aunque alcanzado por el destino yace sobre una cama blanca rodeado de galenos que duramente le cierran los párpados, sumiéndolo en la oscuridad de su batalla.

Buscando una explicación, a muchos metros de distancia los familiares se encuentran inertes, en silencio y cuestionándose ¿por qué Dios es tan cruel? , sin más ni más, el guerrero perdió la batalla sin previo aviso, no pudo más y dejó su último aliento en un cuarto de hospital rodeado de miles de doctores que con la frialdad más amaestrada apuntan su hora de defunción y sortean a la persona que informará a los más cercanos.

Mientras en la puerta de ingreso un niño de no más de 5 años cruza la tristeza, mostrando en su cabeza su desnudez obligatoria, mostrando que nadie está libre de la muerte, con una súper sonrisa en el rostro atraviesa los pasillos disfrutando de los globos más grandes que jamás en su vida tuvo entre sus manos, globos llenos de helio que revolotean en el aire, burlándose del tiempo, mientras la madre por otro lado pide al tiempo que sea más largo y no tan doloroso. Cruzan la salida y se pierden de vista por todos los que disfrutaron con su sonrisa la vida que se colaba frente a la muerte, dejando una moraleja de tristeza y dolor.


Mientras al otro lado del mundo me encuentro sentado e indiferente pensando en la desagradable enfermedad y la lógica muerte y logro percatarme de la tristeza e inexplicación del cruel destino, de la cruel muerte, del cruel adiós, que lentamente se va yendo lejos y lento, se va a enterrarse en un lugar que solo durará en el recuerdo por dos años de preocupación a lo máximo y al final después de que pase el duro tiempo será olvidado y quedará en el silencio, como lo hago yo ahora, escribiendo y abrazándome a una estúpida idea, sin buscar respuesta alguna, dejándome consumir pos el silencio, el silencio y al final la soledad que nos espera a todos bajo tierra y lejos del cielo, lejos de Dios